La etapa transcurre por Suiza. Muchas son carreteras conocidas. Sentado sobre su sofá, es como si escuchara a Jean Jacques hablarle del ciclismo que iba a llegar. Los primeros ladrillos de un sueño sin edificar. Sin darse cuenta, como si le atrapara el pelotón en una carretera abierta, la nostalgia comienza a engullirle. C´est le Tour.
Luego estaban las tardes de Julio, donde aquel gringo americano se hinchaba a ganar Tours. Sus siete victorias repasaron su infancia y despertaron más aun su pasión. Tiempo después, ya participaba con la Selección nacional de pista, aunque también compaginaba la carretera. El asfalto se le daba realmente bien, tanto que, con 16 años, le llevaron a Buenos Aires al Centro de Alto Rendimiento. Dos años después, tras una excepcional participación en el Tour de San Luis, se fijaron en el en Europa, invitándole a formar parte del Centro de Formación que la UCI tenía en Suiza.
El viaje le alejó prematuramente de su familia, de sus amigos. A cambio, su sueño de ser ciclista estaba un poquito más cerca. Allí conoció a Jean Jacques Henry, uno de los Directores del Centro. El francés había sido ciclista profesional. Tras los entrenamientos, le gustaba llevarse a los chicos del centro a un aula donde les enseñaba tácticas. Les decía que el ciclismo no sólo era dar pedales, que también había que tener la cabeza en su sitio. Le inspiró a ser mejor ciclista.
Tras unos meses compitiendo en el calendario amateur francés, y gestionado por el equipo de Henry, tras pasar por la FDJ-BigMat como stagiaire, el Bretagne Seché continental le ofreció un contrato como ciclista profesional. Como no tenía familia allí, el equipo le ofreció quedarse en un piso que tenía en la región de Bretaña, cercano a su sede. Allí convivió con Vegard Stake Laengen, el otro extranjero del equipo. Tras los entrenamientos, el noruego le enseñaba inglés y, juntos, se esforzaron por aprender francés para integrarse con el resto.
Eduardo corrió cinco años en aquel equipo (más tarde llamado Fortuneo). Durante esa época, algunos medios deportivos lo tildaron de “corredor maldito”. Cuando conseguía un gran resultado, una gran desgracia aparecía después. En 2015, tras ganar una etapa a los hermanos Quintana en el Tour de San Luis en enero y la Clásica de Sud Ardeche en febrero, el infortunio le vino a visitar en los últimos 150 metros de la Drome Classic. El sprintaba en solitario por la última rampa ascendente en busca de un puesto de honor cuando, debido al fuerte viento, una de las vallas publicitarias se soltó, impactando, primero sobre su brazo y luego sobre su cara. Al caer perdió el conocimiento y, cuando despertó, tenía rota la muñeca y varios dientes. Meses después, tras triunfar en el Tour de Doubs, durante la disputa de la Coppa Agostoni, su rueda delantera resbaló en una curva, fracturándose el peroné.
Y luego estaba el Tour. Su debut en la ronda gala se produjo aquel año. Aun se estremece recordando los nervios previos a la salida en la contrarreloj de Utrecht con el público animando. La sensación de correr entre masas fue aun mayor durante la disputa, días después, de la crono por equipos con final en Plumelec, en plena Bretaña. Al ser equipo local, el apoyo fue aún mayor. Tanto, que, a pesar de llevar incorporada la radio dentro del casco, el griterío del público le impidió escuchar las instrucciones del director. Incluso, el día después, durante la jornada de descanso, él y sus compañeros no conseguían desembarazarse del zumbido que seguía martilleando sus oídos.
Sin embargo, la maldición volvió a visitarle. En la decimocuarta etapa, con final en las rampas de Mende, una avería le obligó a bajarse de la bicicleta. Esperó en la cuneta pero el coche de su equipo pasó de largo sin darse percatarse de su corredor Totalmente presa de los nervios, pidió al coche de otro equipo que le acercara hasta el suyo para poder arreglarla. Tan sólo fueron 100 metros que tuvo que pagar caro. Al ser detectado por un juez, éste le obligó a abandonar la carrera.
Eduardo ha hecho las paces con la ronda gala. La ha corrido en dos ocasiones más. Luego su talento le empujó a dar el salto al World Tour con el Movistar Team. Era la primera vez que corría en un equipo de habla hispana. Allí trabajó para muchos líderes, pero dos de ellos llamaron su atención. Uno fue Alejandro Valverde. Su pasión por el ciclismo a pesar de su edad era como una inyección de optimismo que recibía cada día. Aquel 30 de Septiembre de 2018 tardó 16 minutos más que él en cruzar la meta de Innsbruck pero, a pesar de no ser español, se alegró infinitamente por la victoria de su compañero.
El otro fue Richard Carapaz. Un tipo de voz apagada al que se le encendía la mirada cuando perseguía un objetivo. Entonces transmitía raza. Atrapaba el ánimo de sus compañeros, a los que siempre convencía para que le apoyasen.
Desde el año pasado, Eduardo corre para un equipo italiano. Gianni Savio, Mánager del Androni (actual Drone Hopper – Androni Giocattoli) le dijo que tenía que seguir consiguiendo resultados, pero también que tenía que enseñar lo que sabía a los jóvenes sudamericanos que suele reclutar cada año.
Eduardo se llenó de paz cuando por fin consiguió volver a ganar. Fue en una de las etapas del Tour de Turquía. Le devolvió una sonrisa necesaria para transmitir aquellos consejos que le enseñó Henry en aquella aula de la UCI.
Ver que los más jóvenes le escuchan le llena. Le recuerda que el ciclismo le arrancó de la casa familiar que su padre construyó para ellos con sólo 16 años, que incluso trató de hacerlo maldito. En Argentina se quedó su infancia. En Europa empezó su sueño y ahí, frente a la Televisión, está el Tour. La carrera que un día le abofeteó sin motivo y otro, le ayudó a ser el corredor experimentado que es hoy.